Complementos a Guillermo Prieto.

9 oct 2010

La mayoría de las personas que entran a la sucinta entrada de ¡Los valientes no asesinan!, no encuentran lo que buscaban, así que para que no pierdan su tiempo dejo la propia narración de Guillermo Prieto sobre lo acontecido en Guadalajara, a manera de complemento a efecto de que le hallen una utilidad.

Como preámbulo, es menester acotar que "¡Los valientes no asesinan!" fue la frase mediante la cual Guillermo Prieto intervino en defensa de Benito Juárez, salvándole la vida, pues éste estaba próximo a ser fusilado por el ejército conservador, en el contexto de la Guerra de Reforma el 2 de marzo de 1858.



Así lo describió Guillermo Prieto:


El primero de marzo de 1858 habían derrotado por primera vez las tropas conservadoras a las liberales en Salamanca. La noticia llegó a Guadalajara, lugar donde se encontraba el presidente Juárez. Al conocerla, con esa sangre fría que lo caracterizaba me dijo: "Guillermo, ha perdido una pluma nuestro gallo".


Al día siguiente muy de mañana en el palacio de gobierno, el Sr. Juárez con su característico frac negro, atento y fino como siempre, presidía una reunión con sus más cercanos colaboradores. Se acordaron varias disposiciones para proveer la seguridad de la plaza, consultándose para ello al general Núñez, valiente jefe y de una fidelidad probada. Al terminarse la reunión, el presidente Juárez me ordenó publicar un manifiesto a la nación en donde se le explicara al pueblo que nada importaba el revés sufrido, y que el gobierno continuaría con más brío la lucha por la reforma. En eso apareció en el salón el gobernador del estado diciendo que los soldados del cuartel 5º. Se habían pronunciado y se disponían a marchar a palacio. El Sr. Juárez dio la orden a Núñez para que fuera a ver lo que ocurría, éste acató la disposición y se presentó ante el cuartel rebelde de Landa. Al intentar entrar, un oficial forcejeó con él y un soldado le disparó un tiro sobre el pecho que lo hizo bambolear pero que no le produjo nada porque la bala quedó engastada en el reloj de bolsillo que cargaba en su chaleco.

Estaba haciéndose el cambio de guardia en palacio, cuando oímos llegar un tropel de soldados y al ver hacia el patio contemplamos ensangrentado al soldado que custodiaba el salón en que se encontraban mis compañeros, al mismo tiempo que oímos gritos y mueras en medio de una confusión terrible. Esto sucedía cuando me encontraba fuera del salón en donde se encontraba el presidente, pero dentro del mismo palacio de gobierno. A uno de los rebeldes le dije que yo era Guillermo Prieto y que quería seguir la suerte del Sr. Juárez. Apenas pronuncié aquello cuando de inmediato fui golpeado y convertido en objeto de la ira de aquellas furias. Desgarrado y lastimado logré llegar ante la presencia de los señores Juárez y Ocampo quienes se conmovieron profundamente al verme pero me reconvinieron por no haberme escapado de aquella situación.

Se había anunciado que nos fusilarían dentro de una hora. Ocampo aprovechaba los minutos para escribir sus disposiciones; el Sr. Juárez se paseaba silencioso con inverosímil tranquilidad.

Mientras tanto, en las calles, el Sr. Santos Degollado y el general de Oaxaca Porfirio Díaz organizaban una columna para recobrar palacio y liberarnos.

El jefe del motín, al ver aquel movimiento, dio la orden para que fusilaran a los prisioneros. El Sr. Juárez avanzó a la puerta mientras los soldados entraban al salón arrollándolo todo; al frente venía un joven militar y sin más espera se escucharon las voces de mando: ¡al hombro! ¡presenten! ¡preparen! ¡apunten!...

El Sr. Juárez estaba en la puerta, a la voz de "apunten", se hizo hacia atrás su cabeza y esperó... Rápido tomé al Sr. Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda y lo cubrí con mi cuerpo... abrí mis brazos... y ahogando la voz de "fuego", grité: ¡levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan!... ¿Quieren sangre? ¡bébanse la mía!... y alzaron los fusiles.

Los soldados lloraban diciéndonos que no nos matarían y se retiraron por encanto. Juárez se abrazó de mí... mis compañeros me rodearon llamándome su salvador y salvador de la reforma... mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas.*





* Guillermo Prieto. Apud Carlos Monsiváis, A ustedes les consta: antología de la crónica en México.

2 comentarios:

Eva 17 de octubre de 2010, 14:39  

Wow! Nunca habia leido detalladamente esta anecdota caracteristica de nuestro país! La encuentro encantadora, los hombre actualmente no tienen el valor de no matar inocentes. Admiro tanto la nobleza del señor Guillermo Prieto, como a los soldados por desobedecer ordenes para dejarlos con vida. Me encanto. Gracias por el post!

Saludos cordiales desde Taxco, Gro.

alex 29 de septiembre de 2011, 18:22  

soy ALEX de quinto grado, Me dejaron de tarea investigar esta historia, me gusto mucho y nunca la voy a olvidar, es algo que me lleno de emoción.
vivo en Amecameca, y estudio en la primaria Maestro Antonio Caso.

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