Los verdaderos acontecimientos de Cananea.

24 jul 2010

De Leopoldo Rodríguez Calderón (1870-1933).*


Como pasa siempre, la diferencia entre los jornales y las prerrogativas de que gozan los extranjeros y principalmente los americanos, en cualquier negociación del país, fue la causa del disgusto entre los mineros mexicanos de Cananea para declararse en huelga. Solicitaron éstos de Mr. Greene, Presidente de la Compañía Principal del Mineral, que se les redujera a 8 horas el tiempo diario de trabajo, que se les pagara $5.00 como se les paga a los mineros americanos y se cambiaran algunos de los capataces americanos, que por su odio al pueblo mexicano, trataban de una manera muy dura a los pobres trabajadores que dependían de su mando. Mr. Greene contestó que no podía acceder a la solicitud elevada [...]

De una manera pacífica, y creyendo de buena fe que la conducta que observaran obligaría a la Compañía a mejorar su situación, los mineros determinaron declararse en huelga [...] Así las cosas, llegó la noche del día 31 de mayo y en uno de los cambios de operarios y mineros de esa noche, se declaró la huelga como iniciada, negándose los entrantes a cubrir las vacantes que dejaban en las minas y talleres los trabajadores salientes. Poco a poco se fueron reuniendo todos los trabajadores y ya en las primeras horas de la mañana del día 1º de junio, recorrían los talleres y minas un número no menor de dos mil trabajadores. Toda la mañana la emplearon en recorrer los diversos departamentos de la negociación sacando a todos los trabajadores mexicanos que se unían al grueso de los huelguistas, quienes iban encabezados por un grupo de obreros de mayor categoría, los que llevaban dos banderas, una con los colores nacionales de pequeñas dimensiones, y otra blanca con dos inscripciones; una de ellas decía: cinco pesos, y la otra por el reverso del género: ocho horas.

Serían las 3:30 de la tarde, cuando se supo que el grupo de huelguistas [...] se dirigían a la maderería para sacar de ahí a los trabajadores mexicanos [...] los huelguistas [hicieron] alto a unos 50 metros de la puerta principal y acercándose unos cuantos que portaban las banderas antes descritas, quisieron hablar con los Sres. Metcalf, jefes de la maderería, para que se les permitiera sacar a los trabajadores mexicanos. El Sr. Metcalf contestó que no les abría nada y que se los iba a quitar de encima echándoles agua con una de las grandes mangueras que a la mano tenía, [los] trabajadores que estaban a corta distancia, se acercaron al edificio y solicitaron a gritos que saliese ese "gringo" que había mojado las banderas y empezaron a arrojar piedras al departamento superior de donde había salido el agua. La respuesta fue una detonación cuya bala hizo blanco en uno de tantos, rodando ensangrentado por el suelo. Al ver rodar por el suelo a uno de sus compañeros y no teniendo absolutamente ninguna arma para repeler la agresión del Sr. Metcalf, los demás arrojaron una lluvia de piedras sobre el edifico, tocándole una en la cara al Sr. Metcalf, quien [...] al caer [...] empuñaba un rifle calibre 30.40 marca Winchester y cruzaban su pecho dos cartucheras repletas de tiros. Sentado y con una pierna cruzada disparó otro de sus tiros matando a otro de los huelguistas, y entonces un grupo de ellos se precipitó sobre él arrojándole sun sinnúmero de piedras. Pudo levantarse el Sr. Metcalf e internándose por uno de los pasillos de la maderería corrió a ocultarse, pero fue perseguido y muerto a pedradas [...] El otro de los tres Metcalf, llamado Guillermo, armado de otro rifle igual al de su hermano [...] disparó varios tiros sobre la multitud, la que ebria de venganza lo persiguió como 600 metros de distancia, donde cuatro jóvenes huelguistas lucharon con él, quien mató a tres, hirió al último en un dedo y pereció a manos de éste de uno o dos tiros de su misma arma [...]


El día 2 por la mañana se reunían en las esquinas de las calles grupos de ciudadanos con el objeto de recojer las últimas noticias y todo el mundo se sentía molesto e indignado al ver que constantemente eran encarcelados grupos de huelguistas que se atrevían a manifestar su descontento, sin molestar en nada a los americanos. A las nueve de la mañana corrió por todos los ámbitos de la ciudad la noticia de que el Sr. Izábal, gobernador del estado, llegaría en tren especial y con fuerzas mexicanas para desarmar a tanto americano que de una manera provocativa recorría [la población] en grupos de tres y más, armados de rifles y con una o dos cananas de tiros cruzadas en el pecho [...] Llegó el tren formado de seis carros de pasajeros y al apearse el señor gobernador comenzaron a oírse hurras y gritos de entusiasmo de los americanos, pues los cinco carros restantes venían repletos de americanos, todos armados, encontrándose entre ellos 275 soldados de las fuerzas rurales del distrito de Arizona al mando del coronel Rinning.


Es imposible estampar en letras de molde el profundo sentimiento que experimentaron los ciudadanos honrados y amantes de su patria al ver hollado el territorio nacional por fuerzas americanas. Todo el mundo, con la protesta en los labios y con la tristeza en el corazón por verse inermes delante de tanto americano armado y siendo moralmente jefe de ellos un grupo de mexicanos prominentes de la ciudad y el gobernador mismo del estado [...]


El día 3 por la mañana llegaron [...] el señor general Luis E. Torres jefe de la 1a zona militar, acompañado de su Estado Mayor, y desde luego se tranquilizó todo, volviendo paulatinamente los mineros y trabajadores a sus respectivos empleos sin haber obtenido absolutamente ninguna de las prerrogativas que solicitaron, obligados por la necesidad de recursos y acobardados por la presión moral que ejerció desde un principio el gobierno del estado sobre las masas, pues las cárceles estaban llenas de los obreros que hicieron alguna petición pública en los dos memorables días [...]

La muerte de veintiocho mexicanos, la mayor parte padres de numerosas familias, no trajo ninguna responsabilidad a tanto americano muy conocido en Cananea que disparó sobre ellos [...] pero en cambio, muchos de los mexicanos están todavía encerrados en las cárceles de la ciudad [...] Tal ha sido a grandes rasgos, la relación de los verídicos acontecimientos sucedidos en Cananea los días 1 y 2 del mes de junio próximo pasado.






*Javier Garciadiego, Introducción histórica a la Revolución mexicana. Apéndice documental.

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La desgracia de ser feo, confesiones.

18 jul 2010

"Ningún ser puede amarme, porque nada hay en mí de simpático ni de dulce", sentencia en la Clemencia de Altamirano el epígrafe de Hoffmann.

Altamirano parece transmitir continuamente en alguno de sus personajes, siempre los más gloriosos -ya Fernando Valle, ya Nicolás-, las propias penas que debió experimentar el joven Altamirano que de tipo indígena no poseía ni la gracia ni las cualidades del Efebo.


Dice de Fernando Valle que "este joven tenía aspecto repugnante y, en efecto, era antipático para todo el mundo" pese a sus múltiples cualidades que pasaban a segundo término bajo la siempre superficial mirada - ¿no está limitado el ojo a observar las puras superficies?- de sus iguales.

En esto Altamirano coincide con Papini, el cual nos deja un párrafo de sus confesiones ciertamente doloroso[1]: "Yo era feo y estaba mal vestido. Con el rostro pálido tenía el aspecto severo del descontento: sentía que nadie me amaba y que nadie podía amarme. El que me miraba, me despreciaba al pasar con todo su ser; algunos se daban vuelta para echar un vistazo al solitario que acababa de desaparecer y se burlaban. Las jóvenes hermosas, sobre todo, de trajes blancos y rojos, de rostro moreno y dientes brillantes, eran especialmente las más crueles: a menudo yo escuchaba a mis espaldas sus risas sonoras. Tal vez no era de mí de quien reían; pero en esos momentos yo estaba seguro y lo sufría."[2]

Hojas más adelante Papini narra cómo se erguía sabedor de su genio[3], "levantaba la cabeza, mi pecho se dilataba y mis ojos miraban con odio y con orgullo los rostros que desfilaban a mi lado. Me sentía otro hombre y quizá en ese momento llegaba a parecer hermoso".

También en esto Papini coincide con los personajes de Altamirano y el propio Altamirano, que ante todo se conservan siempre dignos.


Adenda: Quizá la entrada nace con la identificación, y la intención de externación de las propias desgracias.



[1] Paráfrasis de Aníbal Ponce (sobre Papini).

[2] Giovanni Papini,
Un hombre acabado.

[3] "Soy pequeño, feo y pobre, pero tengo un alma, y esa alma lanzará tales gritos que todo el mundo tendrá que mirarme y escucharme. Yo haré, crearé, seré más grande que los grandes, mientras los demás continuarán comiendo, durmiendo, paseándose como hoy... Cuando yo pase, en cambio, todos me contemplarán, las hermosas tendrán una mirada para mí, las jóvenes burlonas me tomarán las manos, y los hombres serios se descubrirán respetuosamente, teniendo muy en alto su sombrero, cuando sea yo el que pase, yo el grande hombre, el genio, el héroe." Idem.



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Apología del futbol.

17 jul 2010


Las cafeterías preparatorianas suelen ser cuando más, un espacio confortable para recreo y solaz de los estudiantes, o por otro lado un acogedor lugar de deglución, y las menos veces hasta ambos. Sin embargo, jamás se supo de una como ésta, maguer abunden eruditos y expertos en la materia que de haberlo hecho ya habrían pregonado su descubrimiento, por lo que debo considerarme descubridor de una nueva división en cuanto a cafeterías preparatorianas se refiere.

La diferencia y mi mérito estriban en que aquí, como en ninguna otra, pueden verse no sin gozo, las camarillas de estudiantes y no, que discuten con trato solemne las más elevadas cuestiones del espíritu, apenas imaginables por el vulgo y de obligación para todo ser cultivado. En tanto que el deporte, rayano en lo indigno, por ser casi salvaje, no ocupa sus vidas y si acaso las ocupa ha de ser el que menos se acerque a la diversión del profano. El futbol, se entiende, no halla aquí partidarios.

Entre tan insigne concurrencia, me sorprendió la presentación hoy todavía temprano de mi viejo y garboso conocido Lucio Rubén, que sin yo saberlo por mi afición a la impuntualidad, había dado una magna conferencia bien temprano sobre la imperatividad de la culturización del pueblo, que por tan elocuente y consonante con el sentir general de su auditorio, le mereció el aplauso y elogio de los mismos aun fuera de él, por lo que ya habiéndonos saludado tuvimos que posponer la ansiada charla sobre los asuntos del otro dado que mis compañeros de henchidos como estaban no querían parar de lisonjearlo y algunos, los más locuaces, pidieron lugar entre nosotros.

Comenzó entonces uno de ellos un discurso que los otros siguieron con sus observaciones, y así mientras tragábamos oíamosles lanzar anatemas al vulgo y a las aficiones populares, que no quise insinuarlo, se antojaba similar a los miles que ya existen y que eschucharlos es naturalmente ya martirio. En su oportunidad, hizo menoscabo del futbol, y luego meliorativo un panegírico de la
cultura.

Por fortuna, Lucio le interrumpió y cuando esperaba aquél de éste la ansiada aprobación, dijo así mi amigo:

"Debo decir que la motivación de mi discurso no pretende ni el encono ni el parcialismo. Muy por el contrario, creo en el acerto de que todo hombre al que verdaderamente interese la cultura, no puede dejar de valorar todos los fenómenos que la misma nos presenta, en cuanto que son parte de ella, más allá de no encontrar con los mismos simpatía personal.

"No considero, ni por un momento, al deporte, verbigracia el futbol, sinónimo del salvajismo. Si Ud. pusiera atención, hallaría en esta actividad lúdica singularidades de gran interés, fuera de la apreciación somera y superficial del displicente prejuicioso. El futbol como ninguna sala de psicoanálisis, nos muestra con suma facilidad la real cara del aficionado. ¿No es esto señal de que halla allí liberación aquel hombre probo y circunspecto como es en su aprisionar diario, mientras se desfigura mostrándose casi inconscientemente? ¿No es ése un mérito
per se?

"Por otro lado, el futbol ayuda al reconocimiento como parte del clan, de la tribu y del grupo; fácil es ver al hombre ataviado con lo más folclórico del terruño.

"Sé, que increpará alguno que no puede haber parangón ni mezcla entre los ejercicios brutos y los ejercicios intelectuales, pero nada hay más equivocado y tales son sólo pretensiones de las poses y es incomprensible que prejuicios de tal magnitud se hayan prolongado hasta nuestros días cuando fueron desmentidos hace tanto.


"Ha sido siempre - "decía Papini- creencia de los hombres que política, moral, religión, arte, son manifestaciones superiores del espíritu, desvinculadas de la bolsa y del vientre; llega entonces un hebreo de Tréveris, Marx, y demuestra que todas aquellas idealísimas cosas proceden del barro y del estiércol de la baja economía.
[1] Ejem.

"Cuerpo y espíritu pueden ver Uds., están íntimamente ligados y no hay razón en consecuencia para avergonzarse de las actividades propias a nuestra naturaleza.


"Además, digamos con Villoro
[2] que para conocer a una sociedad es preciso conocer sus aficiones, ya Grecia, ya Roma, ya Mesoamérica, por lo que sería errado negar lo valioso de las mismas. En fin, que los deportes y mejor los de gran predicamento como el futbol, son indispensables para la sociedad y de insoslayable análisis para el estudioso. ¿Por qué sino reconociendo su importancia llamó así Platón a su gimnasia y Eurípides compuso la oda triunfal a Alcibíades, vencedor de las justas olímpicas?

"¿No fue además hasta que maniqueísmos de lado, surgen las grandes filosofías agrupadoras de Aristóteles, Santo Tomás, Kant y Hegel?


"La cultura finalmente engloba todo y nada puede sustraerse pues todo se halla unido y relacionado, maguer los maniqueístas nieguen esta conciliación al tiempo que dan gritos al cielo.

Hasta aquí presté oído a sus palabras, pues pronto fui llamado por mis maestros para realizar labores de mayor provecho que las vulgares charlas de cafetería.






[1] Giovanni Papini, Gog. Las ideas de Benrubi.

[2] Juan Villoro.

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El profesor Herminio.

10 jul 2010

Al finalizar la última clase, salí con prisa pero sin rumbo. La cátedra de Ecología I me había dejado inquieto y apenas avisté al profesor Herminio, impartidor de la misma, le perseguí con propósito de dilucidar mis dudas y exponerle mi interés, que a decir, no tuve oportunidad de manifestar en un sitio tan ruidoso como suele ser el aula.

Habiéndole alcanzado, manifesté sin dilación mi indignación por el obvio desinterés de sociedad y autoridades respecto de los peligros y riesgos que representaban los métodos comunes de crecimiento y desenvolvimiento, sobre todo, por haber sido ya advertidos por personajes de siglos pasados, como el congruentísimo Thoreau, lo que dejaba de lado la posibilidad de cualquier pretexto.

- Es cierto que Thoreau había advertido los riesgos que corría el orden natural de las cosas -dijo el profesor Herminio- de seguirse como se hacía, el camino marcado por el estandarte de la civilización y el progreso, tales como el agotamiento insalvable de los bosques con consecuencias ecuménicas; sin embargo, dilatado como estaba el afán industrial, Thoreau fue ignorado como triste precedente para los herederos de su carrera.

Condené interrumpiéndole, que las voces bienhechoras fueran siempre acalladas y lamenté el obcecamiento que impedía a los hombres avistar su final.

El profesor sonrió haciendo luego un gesto de modo que parecía dispuesto a revelar un secreto y dijo:

- La ceguera no es permanente. Thoreau como tantos, cometió el único error de nacer en el tiempo equivocado. Ciertamente ha habido y habrá períodos donde impera un temor generalizado por un fin apocalíptico. El presente, de hecho, es uno de esos períodos. Fenómeno especialmente atractivo si consideramos que no surge casual ni súbitamente en cualesquiera fechas.

"Hay épocas en las que los profetas sí encuentran oídos, éstas son periódicas y han sido pocas. El primer gran cundimiento de la creencia del fin del mundo se remonta al inicio de la nueva era, con el predicar de los profetas cristianos, que pese a aterrorizar a gran parte del mundo conocido, puede Ud. notar que estaban equivocados.

"El segundo gran período se sitúa mil años después, junto con las cruzadas cristianas, donde encontraron gran acogida y predicamento los anunciamientos apocalípticos de la doctrina de Joaquín de Fiore, que observará Ud., mantiene la constante de un milenio respecto de su próximo antecedente. Naturalmente, por la ventaja que nos otorga la distancia, podemos decir que también estaban equivocados.

"El tercer período o tercer milenio se da mil años más tarde en nuestro tiempo, dos siglos después del adelanto de Thoreau; y Ud. tan enterado como es, no desmentirá la diseminada creencia en nuestros contemporáneos de un próximo fin del mundo, basados esta vez en los fragmentos de la soberbia cultura maya.

Inquirí entonces: - puesto que la tercera es la vencida, ¿han atinado esta vez?

¡En absoluto! -respondió segurísimo el profesor Herminio- Éste como los anteriores es un pronóstico errado, sin embargo, no se apresure Ud. a demeritarlos, pues los susodichos forman parte de un ciclo de 12 periodos constantes. Es decir, son imprescindibles y necesarios.

"Como humanidad, tenemos por delante 9000 años todavía, en los cuales cada etapa presentará sus respectivos profetas, sus respectivos pronósticos y su respectivo final según sea el caso. Lejos de lo que anuncia el fatalismo, espera una luenga estancia; sin que esto deba ser incentivo para el ensañamiento con la naturaleza como hasta ahora se ha dado.

El profesor miró su reloj y lamentando ser tan descuidado se despidió rápidamente, acuciado por la obligación que le representaban sus alumnos, sin tiempo para dar respuesta a mi última pregunta: ¿por qué un ciclo de 12 períodos?

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