El profesor Herminio.

10 jul 2010

Al finalizar la última clase, salí con prisa pero sin rumbo. La cátedra de Ecología I me había dejado inquieto y apenas avisté al profesor Herminio, impartidor de la misma, le perseguí con propósito de dilucidar mis dudas y exponerle mi interés, que a decir, no tuve oportunidad de manifestar en un sitio tan ruidoso como suele ser el aula.

Habiéndole alcanzado, manifesté sin dilación mi indignación por el obvio desinterés de sociedad y autoridades respecto de los peligros y riesgos que representaban los métodos comunes de crecimiento y desenvolvimiento, sobre todo, por haber sido ya advertidos por personajes de siglos pasados, como el congruentísimo Thoreau, lo que dejaba de lado la posibilidad de cualquier pretexto.

- Es cierto que Thoreau había advertido los riesgos que corría el orden natural de las cosas -dijo el profesor Herminio- de seguirse como se hacía, el camino marcado por el estandarte de la civilización y el progreso, tales como el agotamiento insalvable de los bosques con consecuencias ecuménicas; sin embargo, dilatado como estaba el afán industrial, Thoreau fue ignorado como triste precedente para los herederos de su carrera.

Condené interrumpiéndole, que las voces bienhechoras fueran siempre acalladas y lamenté el obcecamiento que impedía a los hombres avistar su final.

El profesor sonrió haciendo luego un gesto de modo que parecía dispuesto a revelar un secreto y dijo:

- La ceguera no es permanente. Thoreau como tantos, cometió el único error de nacer en el tiempo equivocado. Ciertamente ha habido y habrá períodos donde impera un temor generalizado por un fin apocalíptico. El presente, de hecho, es uno de esos períodos. Fenómeno especialmente atractivo si consideramos que no surge casual ni súbitamente en cualesquiera fechas.

"Hay épocas en las que los profetas sí encuentran oídos, éstas son periódicas y han sido pocas. El primer gran cundimiento de la creencia del fin del mundo se remonta al inicio de la nueva era, con el predicar de los profetas cristianos, que pese a aterrorizar a gran parte del mundo conocido, puede Ud. notar que estaban equivocados.

"El segundo gran período se sitúa mil años después, junto con las cruzadas cristianas, donde encontraron gran acogida y predicamento los anunciamientos apocalípticos de la doctrina de Joaquín de Fiore, que observará Ud., mantiene la constante de un milenio respecto de su próximo antecedente. Naturalmente, por la ventaja que nos otorga la distancia, podemos decir que también estaban equivocados.

"El tercer período o tercer milenio se da mil años más tarde en nuestro tiempo, dos siglos después del adelanto de Thoreau; y Ud. tan enterado como es, no desmentirá la diseminada creencia en nuestros contemporáneos de un próximo fin del mundo, basados esta vez en los fragmentos de la soberbia cultura maya.

Inquirí entonces: - puesto que la tercera es la vencida, ¿han atinado esta vez?

¡En absoluto! -respondió segurísimo el profesor Herminio- Éste como los anteriores es un pronóstico errado, sin embargo, no se apresure Ud. a demeritarlos, pues los susodichos forman parte de un ciclo de 12 periodos constantes. Es decir, son imprescindibles y necesarios.

"Como humanidad, tenemos por delante 9000 años todavía, en los cuales cada etapa presentará sus respectivos profetas, sus respectivos pronósticos y su respectivo final según sea el caso. Lejos de lo que anuncia el fatalismo, espera una luenga estancia; sin que esto deba ser incentivo para el ensañamiento con la naturaleza como hasta ahora se ha dado.

El profesor miró su reloj y lamentando ser tan descuidado se despidió rápidamente, acuciado por la obligación que le representaban sus alumnos, sin tiempo para dar respuesta a mi última pregunta: ¿por qué un ciclo de 12 períodos?

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