A saber.

19 nov 2010

Desde hace algunas semanas se me ha metido el diablo de escribir un cuento que para su culminación me exige hacerme de mucha información. En el proceso encontré este hecho, que es curioso. Y es que todo texto tiene casi siempre un párrafo que es digno de contarse por sí mismo.

«Una de las primeras historias de carne y hueso que podemos recuperar del pasado mexicano ocurrió hacia el año 7000 a.C., poco antes de la extinción de la megafauna americana. Las bandas de cazadores-recolectores que vivían en el Valle de México tenían la costumbre de conducir a los mamutes hacia la orilla pantanosa del lago de Tetzcoco (Texcoco). Cuando estos gigantescos animales se atascaban en el lodo, los cazadores los asediaban y les causaban heridas con sus lanzas hasta hacerlos caer, muertos o exhaustos. Cierto día de hace nueve mil años, una mujer, de veinticinco años de edad y metro y medio de estatura, participó en una jornada de caza y tuvo la mala fortuna de golpearse y caer; murió y quedó sepultada en el lodo, con el rostro mirando hacia abajo. En los libros se conoce a esta mujer como "el hombre de Tepexpan".»*





*Aboites Aguilar, Luis et al., Nueva historia mínima de México. "El México antiguo", por Pablo Escalante Gonzalbo.

Read more...

Soliloquios; Neo-Eróstrato.


De alguna reunión familiar realizada allá en la Costa Grande del estado, es decir, de Guerrero, a la cual no hube de asistir por motivos no sé si graciosos o desafortunados, trajeron para memoria de esos días, entre otras cosas como frutas rarísimas llamadas tómbolas o cosas absurdas compradas a última hora, un libro; libro por cierto de un tío, al que no conozco y al que llamo tío por mera costumbre de nombrar así los parentescos que no están definidos. Familia al cabo.


Sobre mi inasistencia, hay dos excusas bien razonables y bien tristes; la primera, es que no soy dado a la sociabilidad y por ende carezco de una práctica en el habla que me lleva a reproducir en vez de palabras, sonidos grotescos que no dicen nada. Mejor me callo. No sería entre tanta algarabía más que un bulto silencioso y quizá alcoholizado. Reí hasta desfundarme cuando me hallé descrito en una comedia de Molière (y con el perdón de Molière, que detestaba andar citando autores, pero qué quiere que haga):

"¡Qué poco ingenio tiene esa mujer y qué seca conversación! Cuando me visita, me da martirio, pues hay que sudar para hallar qué decirle, y la aridez de su expresión mata siempre la plática. Vanamente, para atacar su estúpido silencio, se apela a todos los lugares comunes, porque el buen tiempo y la lluvia, el calor y el frío son temas que con ella se agotan pronto. Sus insoportables visitas son de espantosa longitud, y así se pregunte la hora y se bostece veinte veces, ella no se conmueve más que si fuera un trozo de leño."[1]

Hasta ahí la autocompasión, porque en exceso es insoportable. La segunda excusa, es que no quise.

Retomando la intención primaria, el libro al que aludo en el primer párrafo se llama «La noche de San Jerónimo», de la autoría de Gustavo Ávila Serrano, el cual es una crónica sencilla, quizá tanto como aquel ensayo ameno preconizado por Alfonso Reyes, sobre un hecho que apenas en 2005, enlutó al poblado de San Jerónimo, Gro., cabecera del municipio homónimo.

Narra sin alambicamientos, la empresa que acometió una noche el Junior, un joven solitario y verdaderamente misántropo, que no puede dejar de compararse a aquellos estudiantes que en otras latitudes, han tomado un arma y disparado contra sus compañeros de escuela; la diferencia es que, Junior, lo hizo contra sus vecinos, contra los pobladores, sin una razón aparente y que por supuesto no excusa la acción aunque aquélla haya existido; sumiendo a la población en una noche de terror y tensión que duró varias horas. El saldo final, luego de esta acción erostratista, fue de 11 personas muertas y 2 heridas.

Y es que tras un tajo del día que altera familias ¿cómo no evocar a Eróstrato, que cometió la vileza de incendiar el templo de Artemisa no más que para grabar su nombre en la historia?

El autor rememora este hecho como mero observador, y lo deja ahí para quien quiera tomarlo, y agrega, no podrá ser jamás olvidado: las familias dan constancia de ello.


Humberto Flores Ruíz, de 10 meses de edad.
María del Rocío Reyes Ibarra, madre.
Juan Anselmo Rosales Gaspar, padre.
Javier Michelle Rosales Reyes, hijo.
José Manuel Gómez del Río, padre.
Yolanda Baldeolívar Carranza, madre.
Silvia Argentina Gómez Baldeolívar, sobreviviente e hija.
Ricardo Jiménez Arellano, médico.
Omar García de la Cruz, de 17 años.
Roberto Vallejo, relojero.
Leonarda Navarrete Saligán, madre.
Alan Camacho Navarrete de 3 años e hijo.



[1] Molière, El Misántropo.

Read more...

Licantropía y literatura.

26 oct 2010


Fragmento romano.



>>Afortunadamente, había ido mi amo a Capua a vender algunos géneros, y aprovechando tan favorable coyuntura, decidí a un huesped que teníamos a que me acompañara unas cuantas leguas. [1] Era un soldado más valiente que Plutón. Emprendimos la marcha al primer canto del gallo, a la claridad de la luna, que relumbraba como un sol, y después de haber andado buena parte del camino, nos encontramos entre las tumbas.

Cata que el hombre se pone a conjurar los astros, y yo me senté y empecé a tararear, mirando al cielo. Al poco rato, dirigí la vista hacia mi compañero y le vi quitarse la ropa y dejarla al borde de un sepulcro. Quedéme inmóvil como un cadáver, y mi espanto subió de punto cuando le vi orinar alrededor de la ropa y convertirse en lobo. No creáis que es broma. No diría yo una mentira por cuanto hay en el mundo. ¿En dónde estaba yo de mi historia? ¡Ah! Ya me acuerdo. Convertido en lobo, empezó a dar aullidos y se metió corriendo en un bosque. Yo ni sabía dónde me hallaba: me acerqué a su ropa para llevármela, pero se había convertido en piedras. No sé cómo no me morí de miedo, pero haciendo de tripas corazón, saqué la espada, y fui dando tajos al aire todo el camino para espantar a los espíritus malignos, hasta que llegué a casa de Melina.

Pocó me faltó para fallecer cuando llegué: de todos los poros me brotaba el sudor frío, se me cerraban los ojos, y costó gran trabajo hacerme recobrar el conocimiento. Melisa se extrañó de verme llegar tan tarde, y me dijo que si hubiera ido antes les podía haber ayudado a acabar con un lobo que había entrado en el redil y había matado a una porción de corderos; pero aunque se escapó, mal le debía de haber ido, porque un criado le dio un lanzazo en el pescuezo. Figuraos lo que me pasaría al oír aquello. Como era ya día claro, eché a correr hacia casa, como mercader desvalijado por los salteadores. Cuando llegué al sitio donde había dejado la ropa convertida en piedra, no había allí más que sangre. Pero al entrar en casa, encontré al soldado en la cama: sangraba como un cerdo, y un médico estaba curándole la garganta. Conocí entonces que el tal tenía algo de brujo, y desde aquel día me hubiera dejado hacer trizas antes que comer con él un bocado de pan. Piensen lo que les parezca los que no me quieran creer, pero que los genios tutelares descarguen su ira sobre mí si miento.>>[2]




[1] A casa de Melina, de quien dice "murió su marido en el campo, y entonces me empecé a devanar los sesos para dar con el medio de ir a juntarme con ella."

[2] Cayo Petronio,* El Satiricón.

Read more...

La Venus Callipyga y más.

22 oct 2010

La Venus Callipyga.*

Hubo en la Grecia dos siracusanas,
Que tenían un trasero portentoso;
Y, por saber la cual de las hermanas
Lo tenía más gentil, duro y carnoso,
Desnudas se mostraron a un perito
Que, después de palpar con dulce apremio,
Ofreció a la mayor su mano, en premio.
Tomó su hermano el no menos bonito
De la menor; alegres se casaron,
y, tras más de una grata peripecia,
En honor de las dos un templo alzaron,
Con el nombre de: >>Venus, nalga recia.>>
No sé con qué intención hubiera sido,
Mas fuera aqueste el templo de la Grecia
Al que más devoción habría tenido.


Los dos amigos.*

Alcibiades y Axioco, compañeros
De cuerpo juvenil, bello y fornido,
Concertaron sus ansias y pusieron
Semillas de su amor en igual nido.
Sucedió que uno de ellos, diligente,
Trabajó tanto a la sin par doncella,
Que una niña nació, niña tan bella,
Que los dos se jactaban igualmente
De ser el padre de ella.
Cuando ya fue mujer y rozagante
Pudo seguir la escuela de su madre,
Al par los dos quisieron ser su amante,
Ninguno de ellos quiso ser su padre.
>>¡Ah! hermano, dijo el uno, a fe os digo
Que es de vuestras facciones un dechado.
-¡Error! el otro dijo; es vuestra, amigo;
¡Dejadme a mí cargar con el pecado!





*Jean de la Fontaine, Cuentos.

Read more...

Complementos a Guillermo Prieto.

9 oct 2010

La mayoría de las personas que entran a la sucinta entrada de ¡Los valientes no asesinan!, no encuentran lo que buscaban, así que para que no pierdan su tiempo dejo la propia narración de Guillermo Prieto sobre lo acontecido en Guadalajara, a manera de complemento a efecto de que le hallen una utilidad.

Como preámbulo, es menester acotar que "¡Los valientes no asesinan!" fue la frase mediante la cual Guillermo Prieto intervino en defensa de Benito Juárez, salvándole la vida, pues éste estaba próximo a ser fusilado por el ejército conservador, en el contexto de la Guerra de Reforma el 2 de marzo de 1858.



Así lo describió Guillermo Prieto:


El primero de marzo de 1858 habían derrotado por primera vez las tropas conservadoras a las liberales en Salamanca. La noticia llegó a Guadalajara, lugar donde se encontraba el presidente Juárez. Al conocerla, con esa sangre fría que lo caracterizaba me dijo: "Guillermo, ha perdido una pluma nuestro gallo".


Al día siguiente muy de mañana en el palacio de gobierno, el Sr. Juárez con su característico frac negro, atento y fino como siempre, presidía una reunión con sus más cercanos colaboradores. Se acordaron varias disposiciones para proveer la seguridad de la plaza, consultándose para ello al general Núñez, valiente jefe y de una fidelidad probada. Al terminarse la reunión, el presidente Juárez me ordenó publicar un manifiesto a la nación en donde se le explicara al pueblo que nada importaba el revés sufrido, y que el gobierno continuaría con más brío la lucha por la reforma. En eso apareció en el salón el gobernador del estado diciendo que los soldados del cuartel 5º. Se habían pronunciado y se disponían a marchar a palacio. El Sr. Juárez dio la orden a Núñez para que fuera a ver lo que ocurría, éste acató la disposición y se presentó ante el cuartel rebelde de Landa. Al intentar entrar, un oficial forcejeó con él y un soldado le disparó un tiro sobre el pecho que lo hizo bambolear pero que no le produjo nada porque la bala quedó engastada en el reloj de bolsillo que cargaba en su chaleco.

Estaba haciéndose el cambio de guardia en palacio, cuando oímos llegar un tropel de soldados y al ver hacia el patio contemplamos ensangrentado al soldado que custodiaba el salón en que se encontraban mis compañeros, al mismo tiempo que oímos gritos y mueras en medio de una confusión terrible. Esto sucedía cuando me encontraba fuera del salón en donde se encontraba el presidente, pero dentro del mismo palacio de gobierno. A uno de los rebeldes le dije que yo era Guillermo Prieto y que quería seguir la suerte del Sr. Juárez. Apenas pronuncié aquello cuando de inmediato fui golpeado y convertido en objeto de la ira de aquellas furias. Desgarrado y lastimado logré llegar ante la presencia de los señores Juárez y Ocampo quienes se conmovieron profundamente al verme pero me reconvinieron por no haberme escapado de aquella situación.

Se había anunciado que nos fusilarían dentro de una hora. Ocampo aprovechaba los minutos para escribir sus disposiciones; el Sr. Juárez se paseaba silencioso con inverosímil tranquilidad.

Mientras tanto, en las calles, el Sr. Santos Degollado y el general de Oaxaca Porfirio Díaz organizaban una columna para recobrar palacio y liberarnos.

El jefe del motín, al ver aquel movimiento, dio la orden para que fusilaran a los prisioneros. El Sr. Juárez avanzó a la puerta mientras los soldados entraban al salón arrollándolo todo; al frente venía un joven militar y sin más espera se escucharon las voces de mando: ¡al hombro! ¡presenten! ¡preparen! ¡apunten!...

El Sr. Juárez estaba en la puerta, a la voz de "apunten", se hizo hacia atrás su cabeza y esperó... Rápido tomé al Sr. Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda y lo cubrí con mi cuerpo... abrí mis brazos... y ahogando la voz de "fuego", grité: ¡levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan!... ¿Quieren sangre? ¡bébanse la mía!... y alzaron los fusiles.

Los soldados lloraban diciéndonos que no nos matarían y se retiraron por encanto. Juárez se abrazó de mí... mis compañeros me rodearon llamándome su salvador y salvador de la reforma... mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas.*





* Guillermo Prieto. Apud Carlos Monsiváis, A ustedes les consta: antología de la crónica en México.

Read more...

La envidia, anotaciones rápidas.

4 oct 2010



Un ventrudo sapo graznaba en su pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las toscas a una luciérnaga. Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería jamás. Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: ¿Por qué me tapas? Y el sapo, congestionado por la envidia, sólo acertó a interrogar a su vez: ¿Por qué brillas? [1]

En esa fábula queda resumida la envidia, a la que Ingenieros llama la más ruin de las malas pasiones y la cual bajo muchas maneras se procura siempre mantener oculta. Y es que dice, con Plutarco y La Rochefoucauld, que cualquiera osa jactarse de su pobreza, de su fealdad, y de las perversiones más infames, pero ninguno ha llegado al extremo de aceptarse envidioso, y aún aquéllos que lo hacen, lo complementan con un atenuante, es decir, manifiéstanse como envidiosos buenos, pues de no, implicaría la aceptación de su inferioridad ante una superioridad tácita.

Posiblemente nazca de ahí la empatía que se manifiesta algunas veces por el más débil, por el que menos sabe, con la intención quizás, de que aminore en la perspectiva, la fortaleza de su adversario.

Porque el yugo más insoportable al vulgo -dice Manuel Azaña- no es la opresión de su libertad, sino el dominio de una inteligencia, y la pifia menos perdonable en quien pretende caer en gracia es la de atinar más que el común de la gente y humillarla sin querer, teniendo razón demasiadas veces. [2]





[1] José Ingenieros, El hombre mediocre.

[2] Manuel Azaña, Asclepigenia y la experiencia amatoria de don Juan Valera. Conferencia pronunciada en la sala Rex, de Madrid, el 27 de diciembre de 1928, antecediendo a la primera representación de Asclepigenia.

Read more...

Narices.

24 sept 2010

Venía yo enojado porque Guminda me acariciaba las orejas menos que antes, cuando me hallé andando detrás de dos tipos.

- Te digo que las narices no deben ser ultrajadas nunca - decía uno.
- Yo sostengo que sí, ¡eres un anticuado! - decía el otro.
- Las narices marcan la gloria, por ir delante de nosotros. Además recortarlas va contra la patria- sentenció el primero.
- ¿La patria? ¿Y tendrás la amabilidad de explicarme por qué? ¡El nacionalismo es un concepto importado!- gruñó el segundo.
- ¡Los cánones estéticos también son importados! ¡La rinoplastia es importada! Los antiguos mexicanos no... - y cuando éste se daba aires de pensador metaestético se carcajeó el otro mientras gritaba desaforadamente "¡te he ganado!, ¡te he ganado!", y agregaba:

- Los antiguos mexicanos eran expertos cirujanos. Rinoplásticos sobre todo. Cuando se les caían las narices en la guerra, les eran reemplazadas por otras, escojidas entre una gran variedad de tamaños, según sus facciones...

Entonces me fui adonde caminaba la muchacha que acababa de lanzarme unas miradas, y no supe más de discusión tan agradable.

Read more...

Historia de un hombre raro.

22 sept 2010

Mariano Silva y Aceves es uno de los escritores post revolucionarios -digámoslo así para dar una ubicación temporal- que ha caído en injusto olvido. La divulgación de su obra ha sido escasa por lo que la disposición de la misma en Internet, que a fuerza de la cooperación debería ofrecer algo formidable, es exigua, casi nula.

Con fin entonces de publicar extractos de su obra inéditos para el medio, quise hacer una selección de sus trabajos, los cuales no siguen aquí ningún orden ni escala de mérito alguno.

Historia de un hombre raro, es un cuento en el que asoma sutilmente el carácter irónico de Silva, que narra la vida de un hombre huraño y solitario, misma que transcurre entre el polvo de una mansión casi derruida, libros viejos y una dieta de huevos de gallina, el cual desmitifica la soledad y satiriza lo bohemio, pues cabe decir, Silva rehuía a la pose y la solemnidad innecesaria.


Historia de un hombre raro.*

A Enrique Velasco.

Domingo, el héroe de esta pequeña historia, parecía destinado a representar el pasado dentro del presente, y su existencia entre los hombres hacía el mismo efecto que un ejemplar viviente de faunas desaparecidas, en medio de las especies que lograron una adaptación oportuna con la vida.

Domingo era un abogado de las más raras costumbres, y de los más extraños pensamientos.

Su infancia había corrido bajo férulas inhumanas, como eran las manos sarmentosas de sus dos histéricas tías. Sabía que su padre había figurado en tiempo del Imperio, y que su madre había sido una excelente señora; pero él no los conoció, y su mala fortuna le dio, como fondo lúgubre de los primeros años de su vida, una casona semiderruida, bodegón de antiguallas, en donde todo era viejo, desde el picaporte del zaguán hasta los últimos trastos de la negra y fría cocina.

Esta casona, que por dondequiera enseñaba la polilla, era la habitación de sus dos tías, hermanas solteronas de su padre y con las cuales le había tocado vivir.

La dura disciplina que estas señoras ejercieron sobre la infancia y juventud de Domingo, de miedo que el mundo lo corrompiera y se perdiera para Dios, hizo que el pobre muchacho absorbiera aquel ambiente pretérito y que creciera como una lagartija entre ruinas: arisco, maniático, misántropo...

Sus primeras letras las hizo sobre las faldas de sus tías y ofreciendo constantemente su cabeza, como en sacrificio, a los pescozones y tirones de cabellos con que aquellas manos estimulaban siempre su tardía inteligencia. Después vino a enseñarle latín un viejo cura, amigo de sus tías, que siempre estaba muy sucio y olía muy mal.

La mirada ingenua y resignada de Domingo, en aquellos años de infancia, vio en la llegada del sacerdote la de un verdugo más que se acercaba a él para atormentar su vida; pero pronto se convenció de que había en el mundo personas mucho mejores que sus execrables tías.

Lo que más le llamó la atención en su nuevo maestro fue la manera plácida, elegante y docta con que fumaba los cigarrillos. Apenas abierto el Nebrija sobre la mesa redonda, en que algunas molduras supervivientes conservaban los restos de un antiguo esplendor y que se cubría con un viejo tápalo rameado, bien carcomido por cierto en algunas partes, el buen sacerdote, echándose para atrás en la rechinante y desvencijada silla que le servía de asiento, sacaba de debajo de su verdosa sotana una bolsita de seda azul cerrada por un cordelito de oro. Allí se guardaban tabaco picado y unas hojitas de papel catalán, además de unas tenacillas que parecían de plata; y a medida que el discípulo tartamudeaba declinaciones y reglas, el maestro torcía sus cigarrillos, los sostenía con las finas tenacillas y se ponía a fumar regaladamente, divagando su pensamiento por encima de la hirsuta y desaseada cabeza de Domingo...

Éste, al cabo de los años, llegó a venerar a su maestro, y aprendió el latín suficiente para que sus tías pensaran enviarlo al seminario.

La llegada de Domingo al seminario causó estupor en algunos estudiantes por el carácter huraño que él demostraba, y por su tenaz resistencia a la sociabilidad. Desde entonces ya se pudo notar en él lo que sería cuando grande. Es decir, se delineó como un hombre solitario, despreocupado por el buen parecer ante las gentes, muy dado al estudio, un fumador empedernido y amigo de vivir entre vejestorios y chácharas; que no otra cosa era lo que formaba la herencia de sus memorables tías.

En los años de seminario, los estudiantes sus compañeros le pusieron motes que siempre aludían a sus manías y rarezas, pero él nunca pensó en modificarlas, y, ya identificado con ellas, llegó a los estudios de derecho y se hizo abogado.

Entre sus colegas se distinguió como erudito y sapiente. Cualquier caso trivial que en los principios de su ejercicio le ofrecían sus vecinos o algún viejo achacoso amigo de su familia, siempre lo arrancaba de los más antiguos textos latinos y seguía su tradición por todo el Derecho Romano, y luego por las viejas leyes españolas, de tal suerte que, cuando llegaba al derecho actual, casi siempre sucedía que el caso se había resuelto por sí solo o con ayuda del celoso contrario. Esto hizo que la naciente clientela lo abandonara; lo que para él no tuvo, al parecer, importancia alguna.

Instalado en la vieja casona, destartalada y ruinosa más que en tiempo de sus tías, vivía Domingo la vida de un eremita, alimentándose con huevos de gallina, leyendo constantemente sus libros viejos y fumando sin cesar, cigarro tras cigarro, con ansia incontenible. Por toda compañía en aquel caserón tenía una gata morisca que vivía todo el año de los ratones que cazaba.

De cuando en cuando salía Domingo a la calle, más para proveerse de huevos y cigarros, que por deseo de ver a los hombres o saber de la historia contemporánea. En una de estas salidas lo encontró un antiguo colega del seminario, ahora hombre afortunado en la política y los negocios, que lo invitó a formar parte de su bufete como "consultor", o sea, para que surtiera de oportunos y sonoros latines los alegatos que se ofrecieran. Nuestro Domingo asintió como a la cosa más natural, y a los pocos días se le vio llegar a la oficina, con su astroso levitón y su grasiento sorbete, con un libro bajo el brazo y un paquete en la mano que contenía media docena de cucharillas de plata -el tesoro de sus mayores- que iba a guardar, para mayor seguridad, en la caja fuerte de su amigo.

En esto sobrevino un año de peste y Domingo hacía dos días que no se presentaba en la oficina. Después de pensarlo, su amigo el abogado se resolvió a visitarlo en su casa, y un buen día llegó, conducido por los vecinos, hasta la habitación de Domingo. Al abrir la puerta pareció que el cuarto respiraba, próximo a asfixiarse; pues tal cantidad de humo había dentro que casi no se veía. Sobre un lecho desmantelado yacía el original jurisconsulto, teniendo a su derecha un montón de cascarones de huevo y a su izquierda otro montón de colillas de cigarro. Él, en medio de estos túmulos, que eran como las dos cumbres de su vida, y a través de aquella atmósfera azulada, como de paisaje submarino, sonreía beatíficamente a su amigo, cuando lo vio llegar, al tiempo que señalaba la página de su lectura, en el viejo infolio que apoyaba sobre el pecho, con la última colilla de cigarro que, todavía encendida, desprendió de sus labios y aprisionó en el libro...

¡Domingo nunca había estado enfermo; la salud de Domingo era de roble!





*Mariano Silva y Aceves, Muñecos de cuerda.

Read more...

Una carta suicida.

13 sept 2010


No reconozco entre mis intereses, ninguno tan desmesurado como el del suicidio. Pero no el suicidio concebido lóbrego, ni como romántico ni como trágico, sino el suicidio visto más ampliamente, policromo, chocante, despojado si se quiere de la celebridad que le han otorgado sus más insignes practicantes.

Lejos por ello de esa fácil inclinación de genializarlo o esa otra de vituperarlo, pues no hace el suicidio ni genios ni hace idiotas. Me interesa, mejor, como fenómeno en sí, con sus más aisladas expresiones, de suyo excepcional e interesante.

Por una arista, decía Camus que no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.
[1]

Es que el suicidio es, de por sí, un argumento palpable contra el argüir que predica un valor categórico de la vida, luego entonces:

¿Vale la pena la vida de ser vivida? ¿Por qué?

Las respuestas chocan, irreconciliables. Se debe reducir entonces a un juicio individual, más que nada por integridad, a no desear un zapatazo en la cabeza.

Pero no termina mi interés ahí, es decir, le restan innúmeras aristas, tantas que no dejan de asomarse nunca. Un ensayo de Aníbal Ponce por ahora, es la muestra.

A Ponce lo rescaté del polvo en la biblioteca de mi casa, con "un ensayo de gran interés científico y hasta literario", según la propia introducción.

En su obra Ambición y angustia de los adolescentes, que cabe acotar está lejos de encuadrarse en el boom actual de la literatura dirigida a adolescentes que el título parece anunciar, se halla una carta que al ser descubierta determinó el suicidio de una jovencita.

Si bien ésta se encuentra en el capítulo de "Los afectos equívocos", el más anticuado para la actualidad pues concibe toda divergencia de la heterosexualidad en la adolescencia como equívoca, no deja de ser el mismo digno de lectura, así como el ensayo en su totalidad.

Transcribo al propio Ponce, que dice:

>> A través de estos versos -hay que llamarlos de algún modo- las "llamas"
[2] no han subido muy arriba o nos parece por lo menos así porque las hemos desprendido de los incidentes de una "amistad" que tiene quizá en cada frase su alusión transparente. Escuchen[3] ahora esta carta, extraída de una correspondencia que llegó íntegramente hasta mis manos y que tiene un enorme interés porque al ser descubierta determinó el suicidio de una jovencita.


"¡Vida mía! ¡Si supieras qué noche he pasado! No sé, Angélica, los celos me matan. Dímelo con franqueza, tú no me quieres como antes, ni siquiera menos. Lo sé, mi vida, por la manera como hablas de Raúl. ¿Lo amas? ¿Más que a mí? No me lo niegues. Mi corazón me lo dijo. Si al menos pudiera olvidarte, desechar tu imagen de mi mente, sería otra cosa. Dímelo sinceramente, Angeliquita. No te reprocharé nada, te repito que no quiero interponerme en tu felicidad. Lo único que te aseguro es que siempre encontrarás en mí una amiga en quien confiar tus penas. ¿Por qué no me sacas de dudas? ¿No comprendes que la vida se me hace cada vez más imposible? Tú no eres la de antes, cariñosa, consecuente... ¡Has cambiado tanto! Te has negado a ser mía, ¿por qué? ¿Tienes miedo? ¿O no me amas? Si quieres, Angélica, que siga confiando en tu amor hacia mí, dame una prueba de él. ¡Pero es imposible, mi vida! Quisiera odiarte y no puedo. Quisiera olvidarte y no puedo. Tú significas mucho para mí. Has venido a representar un papel muy importante en mi vida. Y ahora es tarde para que lo abandones. Quiero, Angélica, que me escribas una carta como la de aquella vez, ¿te acuerdas? Cuando la leía estaba no en el séptimo, sino el noveno o en el décimo cielo. ¡Quisiera que viviéramos consagradas una a la otra! ¡Que fueras mía! ¡Cómo te querría! Sería para ti más que una esclava. Podrías hacer de mí todo lo que quisieras. Pero... olvidemos esas quimeras imposibles. Bien sabes que entre las dos ha nacido una barrera infranqueable para mí: Raúl. Si supieras cómo me hirió la frescura con que me dijiste que Raúl te había besado y abrazado... Por lo que más quieras no te vuelvas a sentar en sus rodillas.

En las tinieblas de mi vida
surgiste cual luz divina
que alegró con gran vehemencia
mi amargado corazón.
Para desaparecer después
entre brumas del olvido
dejando mi pobre ama
más triste que antes, aún.

¿Qué te parece? Este verso lo hice yo para ti. ¿No está igual que la realidad?

Si algún día
hiriera Cupido tu corazón,
de nuevo hacía mí,
regresa confiada,
que encontrarás siempre fiel
el mismo y ardiente amor
del pasado y del presente.

Éste no está mal, ¿no es cierto? Perdóname si soy muy presuntuosa. Pero qué quieres que haga. Te amo demasiado. Tuya, LAURA." >>






[1] Albert Camus, El mito de Sísifo.

[2] Ponce traduce en la palabra "llamas", los términos italiano fiamma y francés flammes, referentes en la amistad juvenil en adolescentes del mismo sexo, a una tendencia ajena en absoluto a la simpatía, "cuya tendencia sexual, se entremezcla tan vivamente a esas manifestaciones del sentimiento tierno que engendra de por sí un fenómeno nuevo, normal en la evolución de los adolescentes, que los psicoanalistas no vacilan en clasificar de homosexual, y para el cual muchos idiomas tienen palabras especiales." Aníbal Ponce, Ambición y angustia de los adolescentes.

[3] La obra es una reproducción casi literal de alguno de los cursos que dictó Ponce, en el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires.


*Dato aparte, Camus y Aníbal Norberto Ponce, encontraron una muerte muy similar.

Read more...

Metáfora de lo cristiano.

2 sept 2010


Hay en Teloloapan un viejo castillo recuerdo de viejas glorias y viejas injusticias, todo en él es viejo, pero finalmente valioso, como reliquia en sí.

Fue construido por un cacique local al que suele darse la descripción de bondadoso antes que la de explotador, dador de tierras, pues acaparaba muchas. En fin, que quitaba pero luego daba, que pegaba pero sobaba y al cual por su
mesiánico altruismo, se le tiene hoy todavía en gran estima, sobre todo entre las personas llamadas cultas.

Así le describía a Patricio la historia de la construcción al pasar frente a ella, cuando de pronto rompió a carcajadas.

Observando mi desconcierto, me compartió la razón.

- ¿Pegaba pero sobaba? -preguntó.
- Sí -respondí-, y el consuelo luego del golpe sabía mejor por estar la carne abollada.
- ¡Curioso! -dijo- El sufrimiento da la sensación de mayor valor a las cosas... Pero es una manipulación malsana. Es realmente aterrador ponderar al sufrimiento como fórmula de la felicidad, como purificación a la manera del mártir... ¡todos quieren ser mártires!, como si el sufrimiento otorgase por sí mismo una elevación excepcional.

Hizo luego un gesto de desagrado y volviendo a reír, trajo a recuerdo el William Morifeld de Wilde, "aquel filántropo que ganaba 400 libras esterlinas anuales explotando a sus obreros y quería restituirles 500 en forma de subvenciones a los hospitales, y asilos de ancianos."
*



*Óscar Wilde, El viejo ovispo.

Read more...

¡Los valientes no asesinan!

22 ago 2010


(Para los que deseen mayores datos sobre Guillermo Prieto y el contexto de su frase "¡los valientes no asesinan!", den click aquí: Complementos a Guillermo Prieto. )

Mi estro ha muerto, o nunca lo tuve.

Sin embargo y merced a los más recientes acontecimientos relacionados con la violencia del narcotráfico en Teloloapan -lugar donde resido-, donde uno de esos grupos que tiene por ley matar y no ser matado disparó de manera indiscriminada a una multitud indefensa de civiles -la mayoría jóvenes-, tuve por recordar un episodio de la historia de México, cuando el ejército conservador tomó prisionero a Benito Juárez y se dispuso a fusilarlo, desistiendo finalmente en el "¡preparen!, ¡fuego!", gracias a la feliz intervención de Guillermo Prieto, quien se interpuso gritando la ya célebre frase "¡los valientes no asesinan!"[1], ofreciendo su propia vida a cambio de la de Juárez.

Los soldados, por supuesto, bajaron los fusiles y se retiraron, acusando dignidad y valentía.
[2] Muy lejos de eso están los sayones modernos, que sí atentan y asesinan, aun al indefenso, sobre todo al indefenso.

Así, transformada por otra realidad desfigurada, la expresión de Prieto vendría a ser: "¡los cobardes sí asesinan!". (Y están en Teloloapan.)






[1] "El Sr. Juárez que estaba en la puerta, a la voz de 'apunten', se hizo hacia atrás su cabeza y esperó... Rápido tomé al Sr. Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda y lo cubrí con mi cuerpo... abrí mis brazos... y ahogando la voz de 'fuego', grité: ¡levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan!... ¿Quieren sangre? ¡bébanse la mía!... y alzaron los fusiles." Guillermo Prieto.
Apud Carlos Monsiváis,
A ustedes les consta: antología de la crónica en México.

[2].- La línea huele a rancio. Habrá quien interponga al mérito de Juárez, el argüir de una luenga estancia en el poder, que de no ser truncada con la muerte concluiría en dictadura. Pero nada es monocromático, y si lo dicho opaca lo logrado, lo logrado minimiza lo citado. Finalmente, al mérito, mérito.


Por otro lado, quienes tienen interés desmesurado por sobreponer el demérito -que es lo menos- al mérito -que es lo más-, suelen ser por ejemplo, quienes abogan por decir algo, por la sacralización de Iturbide, que se halla en situación contraria, aunque bien es cierto, tiene puntos a favor.

Bien es hacer a un lado sacralizaciones como demonizaciones.

Adenda: soy de robar ideas: la lista de blogs al final de la columna derecha, tomada de blogger L.R. ¡Gracias!

Read more...

La casita de la primavera.

10 ago 2010

La casita de la primavera.*


Entre los pasionales ires y venires de la bugambilia y la emperifollada brevedad del tulipán,
entre las asombradas obleas de la jacaranda y los ardores machos del colorín,
entre la noche portátil del zanate y los pájaros con tatuajes para la danza,
entre su gritería a una lengua, a dos, a tantas (ah, festivo mercado de domingo),
y el tratraca tratraca / trabaja y trabaja de la hormiga panochera,
entre la iguana memoriosa y las adivinanzas del erizo:

Una casita.

Sin paredes.
De nombres madurando bajo la madrugada.
De azules, de verdes carnosos al mediodía.

Una casita.

Con regadera para bañar dos veces el mismo segundo,
con nubes sin domesticar y arco iris en las ventanas.

Una casita.

Donde sea bienvenida la imaginación,
donde sea bienvenida la esperanza y su respiración.




*De Óscar Cortés Tapia.

Read more...

Pervigilium Veneris: Las vísperas de Venus.

Por Mariano Silva y Aceves.[1]


La traducción que hoy se publica tiene para mí el único mérito de ser la primera que posee la lengua castellana.

Tanto la fecha como el autor de este poema pagano son todavía en la actualidad problemas que la erudición latina no ha resuelto satisfactoriamente. De algún verso parece desprenderse que fue escrito para la víspera de una fiesta primaveral de tres noches en honor de Venus, pero la fecha de ese festival no se sabe.

Se ha supuesto que por hablarse de Hybla como lugar de la fiesta, el poeta era siciliano; también por sus galas retóricas se le ha hecho africano y aun se cree que sea el mismo Apuleyo; otros por analogía lo atribuyen a Annius Florus que vivió en tiempo de Adriano. Es en todo caso un poema de la época de decadencia cuyo latín tiene para algunos espíritus atractivos singulares.

Mr. Cecil Clementi, con una copia de los únicos dos códices en que nos ha llegado el poema, el Salmasianus y el Thuaneus o Pithoeanus de la Biblioteca Nacional de París, preparó una magnífica edición del Pervigilium con traducción en verso, introducción, apparatus criticus y notas, que vino a publicarse en Oxford en 1911. He sido afortunado en poderme valer de esta edición tanto para la traducción como para tener el texto latino después de una cuidadosa labor depurativa.


Mi traducción, como todas, empaña el original; pero en medio del abandono general en que tenemos la cultura antigua, representará algún esfuerzo. Y ojalá parezca bien que esta nueva revista literaria
[2] ofrezca desde sus primeras páginas una obra de seriedad en las letras y de alegría pagana en el espíritu.



Las vísperas de venus.


Ya viene la nueva primavera, la primavera que canta. En primavera nació el mundo y los amores se enlazan y los pájaros se juntan y el bosque ofrece su cabellera a las lluvias fecundantes. La que concierta los amores hará mañana que las cabañas reverdezcan con las ramas del mirto entre las sombras de los árboles. Mañana Dione dictará sus leyes desde un excelso trono. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.

Mañana será cuando el Éter primitivo haga las bodas para que el Padre pueda crear todo el año con las nubes. La lluvia bienhechora escurrirá en el seno de su consorte pura y de allí ha de salir un fruto mezclado del que todo emanará con gran potencia. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.


El océano en la ligera espuma, entre los monstruos marinos y los caballos de dos pies, hizo salir de su sangre a la ondulante Dione de las aguas del mar. Ella como progenitora gobierna los sentidos y la mente haciendo penetrar su agudo espíritu con una fuerza misteriosa y por el cielo y por la tierra y por el mar sometido, derrama su virtud fecundante y hace que el mundo sepa los modos de engendrar. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.


Ella con botones de flor pinta el año de púrpura y con el soplo de Favonio convierte en nudos prolíficos las yemas que revientan. Ella también con el vientecillo que queda en la noche riega las aguas vaporosas del brillante rocío. Mirad cómo lucen las lágrimas temblorosas próximas a caer. Cada gota, semejante a un mundo pequeño, lleva consigo su destino. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.


Mirad cómo el carmín de las flores acusa su pureza. La humedad que los astros esparcen en las noches serenas, por la mañana cubre los tiernos botoncillos con un manto de rocío. Ella también mandó que en la mañana las frescas rosas virginales se desposaran. Por eso hizo la rosa de sangre Paphia y de besos de amor y de pimpolios y de flamas y de rayos de sol para que mañana ya casada no se avergüence de cumplir su único voto entregando los colores que tenía encubiertos con un manto de fuego. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.


Ella, como diosa, estableció que las ninfas fueran al bosque acompañando a las doncellas. Apenas se puede creer que el Amor ande allí descansando y haya dejado sus flechas. ¡Valor, ninfas! Ya entregó las armas el Amor, hoy no trabaja. Está ordenado que no se lleven armas. El mandato es ir desnudos para que nadie haga daño con el arco, ni con las saetas, ni con el fuego. Ninfas, sed cautas sin embargo porque Cupido es bello y cuando el Amor está sin armas es cuando está mejor armado. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.

Venus, que por la nobleza se te iguala, ¡oh Diana!, envió a ti sus doncellas a decirte: una sola cosa te pedimos, ¡oh virgen Delia!, y es que ya no ensangrientes el bosque con la matanza de fieras para que extienda la sombra de sus árboles a las flores que nacen. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.

Ella misma quería suplicarte para vencer tu escrúpulo. Ella misma quería que te allegaras para ganar tu temor. Durante tres noches hubieras visto entonces los coros de fiesta andar agrupados por tus montes y coronados de flores entre las cabañas cubiertas de mirtos. Y ni Ceres, ni Baco, ni el dios de los poetas hubieran faltado de allí. Toda la noche se habría pasado sin dormir entonando este cántico: ¡Que Diana reine en las selvas y Delia se someta! Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.


Mandó la diosa poner su tribunal entre las flores de Hybla y ella misma recibe allí las quejas a presencia de las Gracias. ¡Oh Hybla, ofrece tantas flores cuantas el año traiga! ¡Oh Hybla, que tu manto florido sea tan grande como las faldas del Etna! Vendrán las ninfas del campo y las del monte y las que habitan las selvas y los bosques y las fuentes. A todas mandó asistir la madre del alado niño y las previno contra las armas del amor desnudo. Ame mañana el que jamás ha amado y el que ha amado ame mañana.

Por ella también los hijos de Troya vinieron a ser latinos. Ella fue quien desposó a su hijo con la doncella de Laurento de donde los Ramnes y Quirites han salido y después la madre de Rómulo hasta llegar a César. Por ella salió del templo la virgen casta para ser de Marte y las bodas entre gente de Roma y de Sabinia ella las hizo. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.


La voluptuosidad se agita fecunda por los campos. Los campos se estremecen con la planta de Venus; y del mismo Amor, nacido de Dione, se dice que es hijo del campo. El campo lo engendraría pero ella lo recibió en su seno y enseñada por las flores supo hacerlo crecer con delicados besos. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.

¡Ea!, ya bajo los arbustos los toros enseñan sus dorsos. Cada uno parece escondido por convenio conyugal. Bajo la sombra, con sus machos, oíd cómo balan las ovejas. La diosa mandó a las aves que cantaran. Ya los cisnes juguetones llenan el estanque con sus roncos gritos y Filomela también canta bajo la sombra, para ti, pueblo de Tereo, para que sepas que una pasión puede ser melodiosa, y no digas que llora la suerte de su hermana con el marido cruel. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.

Ella canta y yo me callo. ¿Mi primavera vendrá algún día? ¿Cuándo seré como la golondrina y volveré a cantar? Por haber callado tanto murió mi Musa y Apolo me olvidó. Así también cuando callaron los habitantes de Amiclas, esta se perdió para siempre. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana.



[1] Mariano Silva y Aceves, Un reino lejano. Narraciones, crónicas, poemas. FCE.

[2] La nave, mayo de 1916.

Read more...

Los verdaderos acontecimientos de Cananea.

24 jul 2010

De Leopoldo Rodríguez Calderón (1870-1933).*


Como pasa siempre, la diferencia entre los jornales y las prerrogativas de que gozan los extranjeros y principalmente los americanos, en cualquier negociación del país, fue la causa del disgusto entre los mineros mexicanos de Cananea para declararse en huelga. Solicitaron éstos de Mr. Greene, Presidente de la Compañía Principal del Mineral, que se les redujera a 8 horas el tiempo diario de trabajo, que se les pagara $5.00 como se les paga a los mineros americanos y se cambiaran algunos de los capataces americanos, que por su odio al pueblo mexicano, trataban de una manera muy dura a los pobres trabajadores que dependían de su mando. Mr. Greene contestó que no podía acceder a la solicitud elevada [...]

De una manera pacífica, y creyendo de buena fe que la conducta que observaran obligaría a la Compañía a mejorar su situación, los mineros determinaron declararse en huelga [...] Así las cosas, llegó la noche del día 31 de mayo y en uno de los cambios de operarios y mineros de esa noche, se declaró la huelga como iniciada, negándose los entrantes a cubrir las vacantes que dejaban en las minas y talleres los trabajadores salientes. Poco a poco se fueron reuniendo todos los trabajadores y ya en las primeras horas de la mañana del día 1º de junio, recorrían los talleres y minas un número no menor de dos mil trabajadores. Toda la mañana la emplearon en recorrer los diversos departamentos de la negociación sacando a todos los trabajadores mexicanos que se unían al grueso de los huelguistas, quienes iban encabezados por un grupo de obreros de mayor categoría, los que llevaban dos banderas, una con los colores nacionales de pequeñas dimensiones, y otra blanca con dos inscripciones; una de ellas decía: cinco pesos, y la otra por el reverso del género: ocho horas.

Serían las 3:30 de la tarde, cuando se supo que el grupo de huelguistas [...] se dirigían a la maderería para sacar de ahí a los trabajadores mexicanos [...] los huelguistas [hicieron] alto a unos 50 metros de la puerta principal y acercándose unos cuantos que portaban las banderas antes descritas, quisieron hablar con los Sres. Metcalf, jefes de la maderería, para que se les permitiera sacar a los trabajadores mexicanos. El Sr. Metcalf contestó que no les abría nada y que se los iba a quitar de encima echándoles agua con una de las grandes mangueras que a la mano tenía, [los] trabajadores que estaban a corta distancia, se acercaron al edificio y solicitaron a gritos que saliese ese "gringo" que había mojado las banderas y empezaron a arrojar piedras al departamento superior de donde había salido el agua. La respuesta fue una detonación cuya bala hizo blanco en uno de tantos, rodando ensangrentado por el suelo. Al ver rodar por el suelo a uno de sus compañeros y no teniendo absolutamente ninguna arma para repeler la agresión del Sr. Metcalf, los demás arrojaron una lluvia de piedras sobre el edifico, tocándole una en la cara al Sr. Metcalf, quien [...] al caer [...] empuñaba un rifle calibre 30.40 marca Winchester y cruzaban su pecho dos cartucheras repletas de tiros. Sentado y con una pierna cruzada disparó otro de sus tiros matando a otro de los huelguistas, y entonces un grupo de ellos se precipitó sobre él arrojándole sun sinnúmero de piedras. Pudo levantarse el Sr. Metcalf e internándose por uno de los pasillos de la maderería corrió a ocultarse, pero fue perseguido y muerto a pedradas [...] El otro de los tres Metcalf, llamado Guillermo, armado de otro rifle igual al de su hermano [...] disparó varios tiros sobre la multitud, la que ebria de venganza lo persiguió como 600 metros de distancia, donde cuatro jóvenes huelguistas lucharon con él, quien mató a tres, hirió al último en un dedo y pereció a manos de éste de uno o dos tiros de su misma arma [...]


El día 2 por la mañana se reunían en las esquinas de las calles grupos de ciudadanos con el objeto de recojer las últimas noticias y todo el mundo se sentía molesto e indignado al ver que constantemente eran encarcelados grupos de huelguistas que se atrevían a manifestar su descontento, sin molestar en nada a los americanos. A las nueve de la mañana corrió por todos los ámbitos de la ciudad la noticia de que el Sr. Izábal, gobernador del estado, llegaría en tren especial y con fuerzas mexicanas para desarmar a tanto americano que de una manera provocativa recorría [la población] en grupos de tres y más, armados de rifles y con una o dos cananas de tiros cruzadas en el pecho [...] Llegó el tren formado de seis carros de pasajeros y al apearse el señor gobernador comenzaron a oírse hurras y gritos de entusiasmo de los americanos, pues los cinco carros restantes venían repletos de americanos, todos armados, encontrándose entre ellos 275 soldados de las fuerzas rurales del distrito de Arizona al mando del coronel Rinning.


Es imposible estampar en letras de molde el profundo sentimiento que experimentaron los ciudadanos honrados y amantes de su patria al ver hollado el territorio nacional por fuerzas americanas. Todo el mundo, con la protesta en los labios y con la tristeza en el corazón por verse inermes delante de tanto americano armado y siendo moralmente jefe de ellos un grupo de mexicanos prominentes de la ciudad y el gobernador mismo del estado [...]


El día 3 por la mañana llegaron [...] el señor general Luis E. Torres jefe de la 1a zona militar, acompañado de su Estado Mayor, y desde luego se tranquilizó todo, volviendo paulatinamente los mineros y trabajadores a sus respectivos empleos sin haber obtenido absolutamente ninguna de las prerrogativas que solicitaron, obligados por la necesidad de recursos y acobardados por la presión moral que ejerció desde un principio el gobierno del estado sobre las masas, pues las cárceles estaban llenas de los obreros que hicieron alguna petición pública en los dos memorables días [...]

La muerte de veintiocho mexicanos, la mayor parte padres de numerosas familias, no trajo ninguna responsabilidad a tanto americano muy conocido en Cananea que disparó sobre ellos [...] pero en cambio, muchos de los mexicanos están todavía encerrados en las cárceles de la ciudad [...] Tal ha sido a grandes rasgos, la relación de los verídicos acontecimientos sucedidos en Cananea los días 1 y 2 del mes de junio próximo pasado.






*Javier Garciadiego, Introducción histórica a la Revolución mexicana. Apéndice documental.

Read more...

La desgracia de ser feo, confesiones.

18 jul 2010

"Ningún ser puede amarme, porque nada hay en mí de simpático ni de dulce", sentencia en la Clemencia de Altamirano el epígrafe de Hoffmann.

Altamirano parece transmitir continuamente en alguno de sus personajes, siempre los más gloriosos -ya Fernando Valle, ya Nicolás-, las propias penas que debió experimentar el joven Altamirano que de tipo indígena no poseía ni la gracia ni las cualidades del Efebo.


Dice de Fernando Valle que "este joven tenía aspecto repugnante y, en efecto, era antipático para todo el mundo" pese a sus múltiples cualidades que pasaban a segundo término bajo la siempre superficial mirada - ¿no está limitado el ojo a observar las puras superficies?- de sus iguales.

En esto Altamirano coincide con Papini, el cual nos deja un párrafo de sus confesiones ciertamente doloroso[1]: "Yo era feo y estaba mal vestido. Con el rostro pálido tenía el aspecto severo del descontento: sentía que nadie me amaba y que nadie podía amarme. El que me miraba, me despreciaba al pasar con todo su ser; algunos se daban vuelta para echar un vistazo al solitario que acababa de desaparecer y se burlaban. Las jóvenes hermosas, sobre todo, de trajes blancos y rojos, de rostro moreno y dientes brillantes, eran especialmente las más crueles: a menudo yo escuchaba a mis espaldas sus risas sonoras. Tal vez no era de mí de quien reían; pero en esos momentos yo estaba seguro y lo sufría."[2]

Hojas más adelante Papini narra cómo se erguía sabedor de su genio[3], "levantaba la cabeza, mi pecho se dilataba y mis ojos miraban con odio y con orgullo los rostros que desfilaban a mi lado. Me sentía otro hombre y quizá en ese momento llegaba a parecer hermoso".

También en esto Papini coincide con los personajes de Altamirano y el propio Altamirano, que ante todo se conservan siempre dignos.


Adenda: Quizá la entrada nace con la identificación, y la intención de externación de las propias desgracias.



[1] Paráfrasis de Aníbal Ponce (sobre Papini).

[2] Giovanni Papini,
Un hombre acabado.

[3] "Soy pequeño, feo y pobre, pero tengo un alma, y esa alma lanzará tales gritos que todo el mundo tendrá que mirarme y escucharme. Yo haré, crearé, seré más grande que los grandes, mientras los demás continuarán comiendo, durmiendo, paseándose como hoy... Cuando yo pase, en cambio, todos me contemplarán, las hermosas tendrán una mirada para mí, las jóvenes burlonas me tomarán las manos, y los hombres serios se descubrirán respetuosamente, teniendo muy en alto su sombrero, cuando sea yo el que pase, yo el grande hombre, el genio, el héroe." Idem.



Read more...

Apología del futbol.

17 jul 2010


Las cafeterías preparatorianas suelen ser cuando más, un espacio confortable para recreo y solaz de los estudiantes, o por otro lado un acogedor lugar de deglución, y las menos veces hasta ambos. Sin embargo, jamás se supo de una como ésta, maguer abunden eruditos y expertos en la materia que de haberlo hecho ya habrían pregonado su descubrimiento, por lo que debo considerarme descubridor de una nueva división en cuanto a cafeterías preparatorianas se refiere.

La diferencia y mi mérito estriban en que aquí, como en ninguna otra, pueden verse no sin gozo, las camarillas de estudiantes y no, que discuten con trato solemne las más elevadas cuestiones del espíritu, apenas imaginables por el vulgo y de obligación para todo ser cultivado. En tanto que el deporte, rayano en lo indigno, por ser casi salvaje, no ocupa sus vidas y si acaso las ocupa ha de ser el que menos se acerque a la diversión del profano. El futbol, se entiende, no halla aquí partidarios.

Entre tan insigne concurrencia, me sorprendió la presentación hoy todavía temprano de mi viejo y garboso conocido Lucio Rubén, que sin yo saberlo por mi afición a la impuntualidad, había dado una magna conferencia bien temprano sobre la imperatividad de la culturización del pueblo, que por tan elocuente y consonante con el sentir general de su auditorio, le mereció el aplauso y elogio de los mismos aun fuera de él, por lo que ya habiéndonos saludado tuvimos que posponer la ansiada charla sobre los asuntos del otro dado que mis compañeros de henchidos como estaban no querían parar de lisonjearlo y algunos, los más locuaces, pidieron lugar entre nosotros.

Comenzó entonces uno de ellos un discurso que los otros siguieron con sus observaciones, y así mientras tragábamos oíamosles lanzar anatemas al vulgo y a las aficiones populares, que no quise insinuarlo, se antojaba similar a los miles que ya existen y que eschucharlos es naturalmente ya martirio. En su oportunidad, hizo menoscabo del futbol, y luego meliorativo un panegírico de la
cultura.

Por fortuna, Lucio le interrumpió y cuando esperaba aquél de éste la ansiada aprobación, dijo así mi amigo:

"Debo decir que la motivación de mi discurso no pretende ni el encono ni el parcialismo. Muy por el contrario, creo en el acerto de que todo hombre al que verdaderamente interese la cultura, no puede dejar de valorar todos los fenómenos que la misma nos presenta, en cuanto que son parte de ella, más allá de no encontrar con los mismos simpatía personal.

"No considero, ni por un momento, al deporte, verbigracia el futbol, sinónimo del salvajismo. Si Ud. pusiera atención, hallaría en esta actividad lúdica singularidades de gran interés, fuera de la apreciación somera y superficial del displicente prejuicioso. El futbol como ninguna sala de psicoanálisis, nos muestra con suma facilidad la real cara del aficionado. ¿No es esto señal de que halla allí liberación aquel hombre probo y circunspecto como es en su aprisionar diario, mientras se desfigura mostrándose casi inconscientemente? ¿No es ése un mérito
per se?

"Por otro lado, el futbol ayuda al reconocimiento como parte del clan, de la tribu y del grupo; fácil es ver al hombre ataviado con lo más folclórico del terruño.

"Sé, que increpará alguno que no puede haber parangón ni mezcla entre los ejercicios brutos y los ejercicios intelectuales, pero nada hay más equivocado y tales son sólo pretensiones de las poses y es incomprensible que prejuicios de tal magnitud se hayan prolongado hasta nuestros días cuando fueron desmentidos hace tanto.


"Ha sido siempre - "decía Papini- creencia de los hombres que política, moral, religión, arte, son manifestaciones superiores del espíritu, desvinculadas de la bolsa y del vientre; llega entonces un hebreo de Tréveris, Marx, y demuestra que todas aquellas idealísimas cosas proceden del barro y del estiércol de la baja economía.
[1] Ejem.

"Cuerpo y espíritu pueden ver Uds., están íntimamente ligados y no hay razón en consecuencia para avergonzarse de las actividades propias a nuestra naturaleza.


"Además, digamos con Villoro
[2] que para conocer a una sociedad es preciso conocer sus aficiones, ya Grecia, ya Roma, ya Mesoamérica, por lo que sería errado negar lo valioso de las mismas. En fin, que los deportes y mejor los de gran predicamento como el futbol, son indispensables para la sociedad y de insoslayable análisis para el estudioso. ¿Por qué sino reconociendo su importancia llamó así Platón a su gimnasia y Eurípides compuso la oda triunfal a Alcibíades, vencedor de las justas olímpicas?

"¿No fue además hasta que maniqueísmos de lado, surgen las grandes filosofías agrupadoras de Aristóteles, Santo Tomás, Kant y Hegel?


"La cultura finalmente engloba todo y nada puede sustraerse pues todo se halla unido y relacionado, maguer los maniqueístas nieguen esta conciliación al tiempo que dan gritos al cielo.

Hasta aquí presté oído a sus palabras, pues pronto fui llamado por mis maestros para realizar labores de mayor provecho que las vulgares charlas de cafetería.






[1] Giovanni Papini, Gog. Las ideas de Benrubi.

[2] Juan Villoro.

Read more...

El profesor Herminio.

10 jul 2010

Al finalizar la última clase, salí con prisa pero sin rumbo. La cátedra de Ecología I me había dejado inquieto y apenas avisté al profesor Herminio, impartidor de la misma, le perseguí con propósito de dilucidar mis dudas y exponerle mi interés, que a decir, no tuve oportunidad de manifestar en un sitio tan ruidoso como suele ser el aula.

Habiéndole alcanzado, manifesté sin dilación mi indignación por el obvio desinterés de sociedad y autoridades respecto de los peligros y riesgos que representaban los métodos comunes de crecimiento y desenvolvimiento, sobre todo, por haber sido ya advertidos por personajes de siglos pasados, como el congruentísimo Thoreau, lo que dejaba de lado la posibilidad de cualquier pretexto.

- Es cierto que Thoreau había advertido los riesgos que corría el orden natural de las cosas -dijo el profesor Herminio- de seguirse como se hacía, el camino marcado por el estandarte de la civilización y el progreso, tales como el agotamiento insalvable de los bosques con consecuencias ecuménicas; sin embargo, dilatado como estaba el afán industrial, Thoreau fue ignorado como triste precedente para los herederos de su carrera.

Condené interrumpiéndole, que las voces bienhechoras fueran siempre acalladas y lamenté el obcecamiento que impedía a los hombres avistar su final.

El profesor sonrió haciendo luego un gesto de modo que parecía dispuesto a revelar un secreto y dijo:

- La ceguera no es permanente. Thoreau como tantos, cometió el único error de nacer en el tiempo equivocado. Ciertamente ha habido y habrá períodos donde impera un temor generalizado por un fin apocalíptico. El presente, de hecho, es uno de esos períodos. Fenómeno especialmente atractivo si consideramos que no surge casual ni súbitamente en cualesquiera fechas.

"Hay épocas en las que los profetas sí encuentran oídos, éstas son periódicas y han sido pocas. El primer gran cundimiento de la creencia del fin del mundo se remonta al inicio de la nueva era, con el predicar de los profetas cristianos, que pese a aterrorizar a gran parte del mundo conocido, puede Ud. notar que estaban equivocados.

"El segundo gran período se sitúa mil años después, junto con las cruzadas cristianas, donde encontraron gran acogida y predicamento los anunciamientos apocalípticos de la doctrina de Joaquín de Fiore, que observará Ud., mantiene la constante de un milenio respecto de su próximo antecedente. Naturalmente, por la ventaja que nos otorga la distancia, podemos decir que también estaban equivocados.

"El tercer período o tercer milenio se da mil años más tarde en nuestro tiempo, dos siglos después del adelanto de Thoreau; y Ud. tan enterado como es, no desmentirá la diseminada creencia en nuestros contemporáneos de un próximo fin del mundo, basados esta vez en los fragmentos de la soberbia cultura maya.

Inquirí entonces: - puesto que la tercera es la vencida, ¿han atinado esta vez?

¡En absoluto! -respondió segurísimo el profesor Herminio- Éste como los anteriores es un pronóstico errado, sin embargo, no se apresure Ud. a demeritarlos, pues los susodichos forman parte de un ciclo de 12 periodos constantes. Es decir, son imprescindibles y necesarios.

"Como humanidad, tenemos por delante 9000 años todavía, en los cuales cada etapa presentará sus respectivos profetas, sus respectivos pronósticos y su respectivo final según sea el caso. Lejos de lo que anuncia el fatalismo, espera una luenga estancia; sin que esto deba ser incentivo para el ensañamiento con la naturaleza como hasta ahora se ha dado.

El profesor miró su reloj y lamentando ser tan descuidado se despidió rápidamente, acuciado por la obligación que le representaban sus alumnos, sin tiempo para dar respuesta a mi última pregunta: ¿por qué un ciclo de 12 períodos?

Read more...

México, la perfecta mediocracia.

28 jun 2010

Las sociedades no zozobran siempre en el fango ni surcan siempre las más puras alturas; por el contrario, se intercalan ciclos de adormecimiento y despertar, de brillo y opacidad. Así lo demuestra la Grecia Clásica, que después de un siglo de esplendor veíase condenando a Sócrates, en confirmación de su decadencia. Roma sucumbió por sus propias conquistas.

Las naciones permanecen estancadas en un estadio de mediocracia,
[1] que caso de México, parece extenderse más de lo debido.

Las crisis son comunes y siguen a periodos de lucidez.






>>Es, empero -dice Ingenieros-,[2] fatal que los pueblos tengan largas intercadencias de encebadamiento. La historia no conoce un solo caso en que altos ideales trabajen con ritmo continuo la evolución de una raza. Hay horas de palingenesia y las hay de apatia, con vigilias y sueños, días y noches, primaveras y otoños, en cuyo alternarse infinito se divide la continuidad del tiempo.

En ciertos períodos la nación se aduerme dentro del país. El organismo vegeta; el espíritu se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos. No hay astros en el horizonte ni oriflamas en los campanarios. Ningún clamor del pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad. Los estados tórnanse mediocracias, que los filólogos inexpresivos preferirían denominar "mesocracias".

Entra a la penumbra el culto por la verdad, el afán de admiración, la fe en creencias firmes, la exaltación de ideales, el desinterés, la abnegación, todo lo que está en el camino de la virtud y de la dignidad. En un mismo diapasón utilitario se templan todos los espíritus. Se habla por refranes, como discurría Panza; se cree por catecismos, como predicaba Tartufo; se vive de expedientes, como enseñó Gil Blas. Todo lo vulgar encuentra fervorosos adeptos en los que representan los intereses militantes; sus más encumbrados portavoces resultan esclavos en su clima. Son actores a quienes les está prohibido improvisar: de otro modo romperían el molde a que se ajustan las demás piezas del mosaico.


Platón, sin quererlo, al decir de la democracia: "es el peor de los buenos gobiernos, pero es el mejor entre los malos", definió la mediocracia. Han transcurrido siglos; la sentencia conserva su verdad. En la primera década del siglo XX se ha acentuado la decadencia moral de las clases gobernantes. En cada comarca, una facción de vividores detenta los engranajes del mecanismo oficial, excluyendo de su seno a cuantos desdeñan tener complicidad en sus empresas. Aquí son castas advenedizas, allí sindicatos industriales, acullá facciones de parlaembalde. Son gavillas y se titulan partidos. Intentan disfrazar con ideas su monopolio del Estado. Son bandoleros que buscan la encrucijada más impune para expoliar a la sociedad.

Políticos sin vergüenza hubo en todos los tiempos y bajo todos los regímenes; pero encuentran mejor clima en las burguesías sin ideales. Donde todos pueden hablar, callan los ilustrados; los enriquecidos prefieren escuchar a los más viles embaidores. Cuando el ignorante se cree igualado al estudioso, el bribón al apóstol, el boquirroto al elocuente y el burdégano al digno, la escala del mérito desaparece en una oprobiosa nivelación de villanía. Eso es la mediocracia: los que nada saben creen decir lo que piensan, aunque cada uno sólo acierta a repetir dogmas o auspiciar voracidades. Esa chatura moral es más grave que la aclimatación de la tiranía; nadie puede volar donde todos se arrastran. Conviénese en llamar urbanidad a la hipocresía, distinción al amaricamiento, cultura a la timidez, tolerancia a la complicidad; la mentira proporciona estas denominaciones equívocas. Y los que así mienten son enemigos de sí mismos y de la patria, deshonrando en ella a sus padres y a sus hijos, carcomiendo la dignidad común.

En esos paréntesis de alcornocamiento aventúranse las mediocracias por senderos innobles. La obsesión de acumular tesoros materiales, o el torpe afán de usufructuarlos en la holganza, borra del espíritu colectivo todo rastro de ensueño. Los países dejan de ser patrias; cualquier ideal parece sospechoso. Los filósofos, los sabios y los artistas están de más; la pesadez de la atmósfera estorba a sus alas y dejan de volar. Su presencia mortifica a los traficantes, a todos los que trabajan por lucro, a los esclavos del ahorro o de la avaricia. Las cosas del espíritu son despreciadas; no siéndole propicio el clima, sus cultores son contados; no llegan a inquietar a las mediocracias; están proscritos dentro del país, que mata a fuego lento sus ideales, sin necesitar desterrarlos. Cada hombre queda preso entre mil sombras que lo rodean y lo paralizan.[3]

Siempre hay mediocres. Son perennes. Lo que varía es su prestigio y su influencia. En las épocas de exaltación renovadora muéstranse humildes, son tolerados; nadie los nota, no osan inmiscuirse en nada. Cuando se entibian los ideales y se reemplaza lo cualitativo por lo cuantitativo, se empieza a contar con ellos. Apercíbense entonces de su número, se mancornan en grupos, se arrebañan en partidos. Crece su influencia en la justa medida en que el clima se atempera; el sabio es igualado al analfabeto, el rebelde al lacayo, el poeta al prestamista. La mediocridad se condensa, conviértese en sistema, es incontrastable.

Encúmbranse gañanes, pues no florecen genios: las creaciones y las profecías son imposibles si no están en el alma de la época. La aspiración de lo mejor no es privilegio de todas las generaciones. Tras una que ha realizado un gran esfuerzo, arrastrada o conmovida por un genio, la siguiente descansa y se dedica a vivir de glorias pasadas, conmemorándolas sin fe; las facciones dispútanse los manejos administrativos, compitiendo en manosear todos los ensueños. La mengua de éstos se disfraza con exceso de pompa y de palabras; acállase cualquier protesta dando participación en los festines; se proclaman las mejores intenciones y se practican bajezas abominables; se miente el arte; se miente la justicia; se miente el carácter. Todo se miente con la anuencia de todos; cada hombre pone precio a la complicidad, un precio razonable que oscila entre un empleo y una decoración.

Los gobernantes no crean tal estado de cosas y de espíritus: lo representan. Cuando las naciones dan en bajíos, alguna facción se apodera del engranaje constituido o reformado por hombres geniales. Florecen legisladores, pululan archivistas, cuéntanse los funcionarios por legiones: las leyes se multiplican, sin reforzar por ello su eficacia. Las ciencias conviértense en mecanismos oficiales, en institutos y academias donde jamás brota el genio y al talento mismo se le impide que brille: su presencia humillaría con la fuerza del contraste. Las artes tórnanse industrias patrocinadas por el Estado, reaccionario en sus gustos y adverso a toda previsión de nuevos ritmos o de nuevas formas; la imaginación de artistas y poetas parece aguzarse en descubrir las grietas del presupuesto y filtrarse por ellas. En tales épocas los astros no surgen. Huelgan: la sociedad no los necesita; bástale su cohorte de funcionarios. El nivel de los gobernantes desciende hasta marcar el cero; la mediocracia es una confabulación de los ceros contra las unidades. Cien políticos torpes juntos, no valen un estadista genial. Sumad diez ceros, cien, mil, todos los de las matemáticas, y no tendréis cantidad alguna, ni siquiera negativa. Los políticos sin ideal marcan el cero absoluto en el termómetro de la historia, conservándose limpios de infamia y virtud, equidistantes de Nerón y de Marco Aurelio.

Una apatía conservadora caracteriza a esos períodos; entíbiase la ansiedad de las cosas elevadas, prosperando a su contra el afán de los suntuosos formulismos. Los gobernantes que no piensan parecen prudentes; los que nada hacen titúlanse reposados; los que no roban resultan ejemplares. El concepto del mérito se torna negativo: las sombras son preferibles a los hombres. Se busca lo originalmente mediocre o lo mediocrizado por la senilidad. En vez de héroes, genios o santos, se reclama discretos administradores. Pero el estadista, el filósofo, el poeta, los que realizan, predican y cantan alguna parte de un ideal, están ausentes. Nada tienen que hacer.

La tiranía del clima es absoluta: nivelarse o sucumbir. La regla conoce pocas excepciones en la historia. Las mediocracias negaron siempre las virtudes, las bellezas, las grandezas dieron el veneno a Sócrates, el leño a Cristo, el puñal a César, el destierro a Dante, la cárcel a Galileo, el fuego a Bruno; y mientras escarnecían a esos hombres ejemplares, aplastándolos con su saña o armando contra ellos algún brazo enloquecido, ofrecían su servidumbre a gobernantes imbéciles o ponían su hombro para sostener las más torpes tiranías. A un precio: que éstas garantizaran a las clases hartas la tranquilidad necesaria para usufructuar sus privilegios.

En esas épocas de lenocinio la autoridad es fácil de ejercitar: las cortes se pueblan de serviles, de retóricos que parlotean pane lucrando, de aspirantes a algún bajalato, de pulchinelas en cuyas conciencias está siempre colgado el albarán ignominioso. Las mediocracias apuntálanse en los apetitos de los que ansían vivir de ellas y en el miedo de los que temen perder la pitanza. La indignidad civil es ley en esos climas. Todo hombre declina su personalidad al convertirse en funcionario: no lleva visible la cadena al pie, como el esclavo, pero la arrastra ocultamente, amarrada en su destino. Ciudadanos de una patria son los capaces de vivir por su esfuerzo, sin la cebada oficial. Cuando todo se sacrifica a ésta, sobreponiendo los apetitos a las aspiraciones, el sentido moral se degrada y la decadencia se aproxima. En vano se busca remedios en la glorificación del pasado. De ese atafagamiento los pueblos no despiertan loando lo que fue, sino sembrando el porvenir.>>





[1] Entendamos el concepto como lo define Ingenieros, como el imperio de la mediocridad; y no como el imperio mediático. Éste, incluso, podría ser parte de aquél.

[2] José Ingenieros, El hombre mediocre.

[3] Ingenieros diferencia entre hombres y sombras, ligando la mediocridad a las segundas y la excelencia a los primeros. "El hombre que piensa con su propia cabeza y la sombra que refleja los pensamientos ajenos parecen pertenecer a mundos distintos. Hombres y sombras: difieren como el cristal y la arcilla". Idem.

Read more...

Seguidores

  © Blogger template Writer's Blog by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP