Licantropía y literatura.

26 oct 2010


Fragmento romano.



>>Afortunadamente, había ido mi amo a Capua a vender algunos géneros, y aprovechando tan favorable coyuntura, decidí a un huesped que teníamos a que me acompañara unas cuantas leguas. [1] Era un soldado más valiente que Plutón. Emprendimos la marcha al primer canto del gallo, a la claridad de la luna, que relumbraba como un sol, y después de haber andado buena parte del camino, nos encontramos entre las tumbas.

Cata que el hombre se pone a conjurar los astros, y yo me senté y empecé a tararear, mirando al cielo. Al poco rato, dirigí la vista hacia mi compañero y le vi quitarse la ropa y dejarla al borde de un sepulcro. Quedéme inmóvil como un cadáver, y mi espanto subió de punto cuando le vi orinar alrededor de la ropa y convertirse en lobo. No creáis que es broma. No diría yo una mentira por cuanto hay en el mundo. ¿En dónde estaba yo de mi historia? ¡Ah! Ya me acuerdo. Convertido en lobo, empezó a dar aullidos y se metió corriendo en un bosque. Yo ni sabía dónde me hallaba: me acerqué a su ropa para llevármela, pero se había convertido en piedras. No sé cómo no me morí de miedo, pero haciendo de tripas corazón, saqué la espada, y fui dando tajos al aire todo el camino para espantar a los espíritus malignos, hasta que llegué a casa de Melina.

Pocó me faltó para fallecer cuando llegué: de todos los poros me brotaba el sudor frío, se me cerraban los ojos, y costó gran trabajo hacerme recobrar el conocimiento. Melisa se extrañó de verme llegar tan tarde, y me dijo que si hubiera ido antes les podía haber ayudado a acabar con un lobo que había entrado en el redil y había matado a una porción de corderos; pero aunque se escapó, mal le debía de haber ido, porque un criado le dio un lanzazo en el pescuezo. Figuraos lo que me pasaría al oír aquello. Como era ya día claro, eché a correr hacia casa, como mercader desvalijado por los salteadores. Cuando llegué al sitio donde había dejado la ropa convertida en piedra, no había allí más que sangre. Pero al entrar en casa, encontré al soldado en la cama: sangraba como un cerdo, y un médico estaba curándole la garganta. Conocí entonces que el tal tenía algo de brujo, y desde aquel día me hubiera dejado hacer trizas antes que comer con él un bocado de pan. Piensen lo que les parezca los que no me quieran creer, pero que los genios tutelares descarguen su ira sobre mí si miento.>>[2]




[1] A casa de Melina, de quien dice "murió su marido en el campo, y entonces me empecé a devanar los sesos para dar con el medio de ir a juntarme con ella."

[2] Cayo Petronio,* El Satiricón.

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